//Young Gods// Dioses Jóvenes//

 

JORGE GALAVIZ

 

En  tiempos de  incertidumbre, crisis y agitación mundial es difícil describir el comportamiento de un individuo ante el incierto y complejo horizonte. La pérdida y  el fracaso por el interés a la vida propagan la vetusta práctica de la esclavitud y atestigua la falsa  premisa de un Dios virtuoso que nos limita a responder ¿qué somos?  

 

Sin embargo, este no es un mundo de principios, es un mundo de Dioses Jóvenes. Un mundo que festeja  su supervivencia a costa  de matar sin cometer un homicidio. Un mundo que capitaliza  una idea colectiva en la  falsa idea del bien, en la falsa idea de ser falso, en la falsa idea de la emancipación como algo socialmente legitimo y totalitario.

 

 

¿Acaso ser un Dios importa?

¿Acaso importa la destrucción y el asombro a lo banal?

¿Qué tipo de personas queremos ser?

¿Qué tipos de relaciones humanas estamos buscando?

¿A qué estamos comprometidos?

 PD: Only when  you are sad, refina tu sensibilidad e imagina una estrategia.

 

 

 

Los Dioses jóvenes “Young Gods”;es un proyecto que evidencia las diferentes interconexiones en el mundo que certifican el panorama actual con sociedades cada vez más divididas, y tendientes al conflicto­, donde se habla de catástrofes, pero no de  formas de sobrevivir y de sacar provecho de ellasDichas interconexiones dentro de la muestranos traslada a una visión precaria del mundo intempestivo, bajo una serie de lecturas que incorporan en sus relatos la pérdida  de la autonomía  al pensar en:

La idea de  la resistencia como una  duda.

La ideología como  una  oferta. 

El despojo como el progreso. 

La tragedia  como un  elogio a la vida.  

La  verdad como una victoria a la ficción. 

La  apatía como una  consecuencia del mundo.

La protesta como una instancia virtual y segura. 

La razón  como  la falsa fe de la juventud.

Y la idea de un dios joven como la inmunidad e impunidad en términos de perdón.

 

La exposición se comprende de material escultórico, gráfico,  arte sonoro y video arte que explora acontecimientos, cuyas consecuencias siguen vigentes y están sujetas al   abuso del poder  y a la complicidad y el silencio de la sociedad.

 

 

PD: Y todos los Dioses del mundo se preguntan qué vas a hacer de tu vida. 

PD: Pero hoy queda el orgullo sin malos sentimientos.

 

 

Texto: Jorge Galaviz

 

Artistas invitados:

 

Cynthia Candelas

 

Guillermo Fadanelli

 

OBRA

 

1-Texto "La mentira humanista" de Guillermo Fadanelli.

 

2-"What makes you happy?" Instalación  sobre placas de Xilografía  Pino y Caobilla

 

 3-"Pretty Wise" Políptico en grabado técnicas mixtas: huecograbado ,fotograbado , siligrafía o litografía en placa sin agua, xilografía y linografía.

 

4- “After” Video arte- Jorge Galaviz  / arte sonoro – Cynthia Candelas

 

5-”Archivo incompleto”  Políptico en grabado técnicas xilografía y linografía

 

6-“Ever After” Video arte Jorge Galaviz.  

 

7-“Surface transportation only”  objeto –grabado – encáustica. 

 

8-“FREE!”

 

9-2X1” Botella de mezcal

 

10-“ Patito feo” encáustica / MDF

          MUSIC BY CYNTHIA CANDELAS

 

 

La mentira humanista

 

 

 

Guillermo Fadanelli

 

 

No ha pasado más de una semana desde que una persona muy cercana a mí tuvo a bien preguntarme: “¿Por qué no has escrito nada sobre los sucesos de Ayotzinapa?” El cuestionamiento me tomó por sorpresa y en un principio respondí con evasivas. Después me vi a confinado a decir la verdad: “Porque estoy escribiendo acerca de ello desde hace treinta años.” El horror que causa la desmesura criminal no es una experiencia pasajera. Ese horror echa sus raíces en el ánimo humano y no se marcha hasta que te ha doblado por completo. La memoria no es una gaveta colmada de información. Al contrario: es como un desierto donde el miedo es invisible porque se ha convertido en el polvo sobre el que se camina. Y al horror proveniente del acto asesino se suma la conciencia de la indefensión. La literatura o los razonamientos no son suficientes para disminuir la sensación de desamparo. Sólo un cínico genuino —yo no lo soy— podría sonreír ante la presencia de la maldad, sonreír satisfecho tal como lo haría un científico que ha comprobado una vez más su hipótesis: el humanismo es una mentira.

    La barbarie latente en las civilizaciones modernas se pronuncia con tanta fuerza en Ayotzinapa que pasa por encima de las palabras y torna ingenuas las utopías humanistas. A principio del siglo XVIII, Giovanni Batista Vico pensó que la invención de la civilidad era en verdad una ciencia nueva, una ciencia arraigada en la certeza de que las personas podían comprenderse entre sí sin el auxilio de la mano divina. Dado que los seres humanos coincidían en el conocimiento de las leyes de la naturaleza, entonces su mente tendría también que converger a la hora de determinar la construcción de un mundo civil. Los hombres se separaban de Dios y eran capaces de descubrir y a la vez darse a sí mismos una ética común de supervivencia. Vico se equivocó porque las personas son parecidas nada más de una forma aparente. Los derechos humanos son una invención, no una ciencia. Y para que dicha invención funcione se requiere que los seres humanos acepten esa invención como propia y la defiendan por medio de instituciones basadas en el reclamo individual. En México algo así está tan lejos de suceder que acontecimientos como la desaparición de los estudiantes en Ayotzinapa invitan a un sentimiento de terror tal que éste puede desembocar en un silencio funerario o de absoluta resignación.

   Estos crímenes no son hechos aislados, sino que son la consecuencia de un estado de cosas en el que predominan la corrupción política y la devaluación continua de las instituciones públicas. Prevalece en los medios una lucha superficial e interesada avocada al entretenimiento político. Un ejemplo de estas batallas de humo es la costumbre que tenemos de concentrar en una sola persona el mal social en vez de centrarlo en las políticas económicas y sociales que obstruyen la posibilidad de una buena convivencia. Que se marche de su puesto el gobernador o el presidente no es más que una especie de solución fantasmal, un exorcismo fatuo y también un negocio para los medios que lucran con el escándalo y buscan su propio beneficio. 

     La esperanza de una oposición desde la izquierda es confusa porque ésta ya no parece estar hoy representada por ninguna institución política (un partido) con miras a un progreso incluyente. Y el objeto de su atención —es decir: el desarrollo social y la búsqueda de una equidad económica— se ha disuelto entre múltiples confrontaciones de partido y amagos extremistas que carecen de consecuencias en la realidad. Al mismo tiempo, los partidos políticos han dejado de ser ideológicos en el sentido de que, más allá de abastecerse de teorías éticas firmes para ser llevadas a la práctica, se comportan como voceros de intereses económicos que suelen sobrepasarlos. Son como los pequeños remolcadores que sirven a los buques financieros para llegar a buen puerto. ¿Qué esperan los buenos políticos para oponerse a asumir este papel sin importar su filiación partidista? Acaso es que han perdido el poder.

     La comunicación antes que el contenido y la educación: tal parece ser la insignia de nuestra época. El furor por los negocios a costa de la calidad en la vida de la mayoría de la población es una constante solapada por los distintos gobiernos federales o estatales. No importa el color del partido, puesto que los monopolios empresariales continúan y se ríen de las instituciones que deberían regularlos. Y si encuentran oposición en la ciudadanía entonces los emporios acuden a los políticos que tienen a su servicio. Anthony Giddens ha llegado a escribir en Un mundo desbocadoque en vez de aldea globalpodríamos referirnos a un “saqueo global.” Esto luego de haber presenciado las acciones voraces y lucrativas de las empresas trasnacionales en países sin defensas legales. El Estado (en aras de la globalidadeconómica) se ha debilitado o se ha convertido en una ficción, y es por ello que no puede prevenir ni castigar crímenes de tan inmensa magnitud como el de Ayotzinapa. Creo que hemos perdido la batalla contra el horror: física y metafísicamente. Si entre la utopía y el desencanto existe —como ha sugerido Claudio Magris— una especie de contra peso, equilibrio y dependencia, no albergo dudas de qué lado se encuentra ahora inclinada la balanza.